Una tarjeta de crédito es un trozo de plástico, del tamaño de una tarjeta de visita, que es, a la vez, un método de pago y de financiación.
A diferencia de la tarjeta de débito, no realizas el pago en el momento. Dispones de una línea de crédito por lo que, en realidad, cuando gastas el dinero no es el tuyo sino el del banco.
Después, a finales de ese mes o principios del siguiente, llega el día de devolver esa deuda, junto con unos intereses.
Por tanto, te permite poder salir a la calle sin dinero, realizar compras en internet y tiendas físicas, reservas en hoteles y viajes, pagos en restaurantes, etc.
Además, te financia todas esas compras, porque el dinero no se te carga en cuenta en ese instante y puedes gastar más de lo que tienes disponible en el saldo de tu cuenta.
No obstante, ese gasto no puede ser ilimitado. Dispones de un máximo cada mes, del cual solo pagas por aquello que, en efecto, utilizas.
Por lo que respecta a la forma de pago, tienes varias opciones, que te comentamos en detalle en el punto siguiente.
Cualquiera que sea el método de pago que elijas, siempre vas a tener disponible la misma cantidad de crédito todos los meses, aunque no hayas terminado de pagar el anterior. Esto es una ventaja, porque sigues beneficiándote de ese dinero. Pero también es una responsabilidad, porque la cantidad que debes va a ir en aumento.
Por tanto, debes ser consciente de la deuda que vas contrayendo cada mes a la hora de seguir disponiendo de tu tarjeta y analizar tu contabilidad (ingresos y gastos), para saber si te va a ser posible hacerle frente.